Al final del verano cuando se acercan las fiestas del Santísimo Cristo de Candás siempre escribo un recuerdo, una vivencia de mi querido pueblo. Hoy para inaugura mi blog quiero compartir con quienes os acerquéis a él esta añoranza.

Cuando Candás huele a Cenoyo

Existen pueblos, villas y ciudades que podríamos calificar de pensantes, románticas y melancólicas, según el sentimiento que despierten en nosotros.

Es posible que motivada por el personaje femenino de la novela que estoy escribiendo, especialmente sensible a los olores, al pensar en escribir mi breve colaboración para el portfolio de las fiestas del Santísimo Cristo, me he dado cuenta -y por ello me atrevo a afirmar- que también existe otro calificativo, el de olorosas.

Candás es oloroso. Dependiendo de la época del año huele de determinada forma, pero siempre con ese aroma de fondo que sube de la ribera y que, para los nacidos al lado del mar, tiene unas connotaciones especiales.

El Cantábrico que baña nuestro pueblo no huele lo mismo en el muelle, que en la playa de Palmera o en Rebolleres, eso lo sabemos muy bien los candasinos.

Desconozco si los olores poseen mayor poder de evocación, que la imagen o el sonido. Pero doy fe de que hoy, el recuerdo de uno de los olores característicos de Candás me ha devuelto a la época en la que yo disfrutaba con la percepción de ese aroma inconfundible.

Unida a esa sensación placentera que me produce recrearme en el olor dulzón y penetrante del Cenoyo, aparecen en mi retina las imágenes de las calles de mi querido pueblo cubiertas de esta riquísima planta, con algunos pétalos de rosas, protegidos, como si de una severa guardiana se tratara, por la dura e imperturbable espadaña.

Todo esto que estoy recordando se produce en la mañana del Corpus Christi, en la que los candasinos creyentes acompañan en procesión al Santísimo Sacramento bajo palio y, como homenaje, como muestra de cariño, como gesto acogedor de generosidad y amor, levantan pequeños altares en los que se coloca la custodia durante unos minutos, los justos, para que los candasinos entonen cantos a Jesús Sacramentado.

Hace años, bastantes años, que no paso el día de Corpus en Candás y la verdad era que no sabía si mi pueblo seguía oliendo a Cenoyo en esa jornada. Con alegría me entero que sí, y por ello felicito a todos los que hacen posible que esta tradición se siga conservando.

Hasta hace unos días nunca se me ocurrió pensar cual sería en castellano el nombre del que nosotros conocemos como Cenoyo. Con cierta sorpresa compruebo que es el hinojo, una planta considerada mágica en la antigüedad, que posee propiedades medicinales y que también es utilizada en gastronomía.

Hinojo significa, así mismo, rodilla, de ahí que de hinojos, sea de rodillas. Por lo tanto en asturiano “de zeñoyos”, significa lo mismo, de rodillas.

La verdad es que según estas acepciones el Cenoyo resulta perfecto para ponerlo en las calles, que acogen a los altares, a modo de alfombras maravillosas.

Confieso que el Cenoyo siempre me resultó estimulante. No sólo disfrutaba con su sugerente aroma sino que le atribuía unas connotaciones espirituales, motivadas, sin duda por la utilidad que se le da en Candás.

Ha sido muy hermoso para mí rememorar esta vivencia, porque de niña pensaba que aquel tenía que ser el olor del cielo y puede que lo siga pensando.

María Teresa Álvarez



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